EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

viernes, 30 de octubre de 2015

El sentido de la existencia del hombre



En el artículo anterior concluíamos que no se puede llegar a descubrir el auténtico sentido de la existencia del hombre si se rechaza a Dios y si se niega la espiritualidad del alma. Ambos conceptos previos, que son el punto de partida de nuestro razonamiento, son la base para poder seguir nuestro estudio.

Para llegar a descubrir el sentido de esta existencia, sería bueno que respondiéramos previamente unas preguntas que considero esenciales: ¿por qué Dios creó al hombre? ¿Por qué existe el hombre? ¿Es el hombre un mero accidente biológico en medio de un mundo sin sentido? ¿Hay algún “diseño”? ¿Tiene algún sentido que Dios creara al hombre? La respuesta a estas preguntas nos dará una primera luz sobre el sentido de nuestra existencia.
El mero hecho de que Dios creara seres espirituales -que una vez creados ya van a existir para siempre-, nos hace pensar en un “plan” de Dios con respecto a esas criaturas.
Como nos dice la teología clásica, Dios creó al hombre, primeramente para darse gloria a sí mismo. Y es lógico, pues antes de la creación del mundo no existía nada, y dado que las obras de Dios siempre tienen un fin, y al no haber previamente nada sino solo Dios, el fin de esa primera creación es su propia gloria. Pero dado que, tanto los ángeles como los hombres están dotados de entendimiento y voluntad,  son capaces de captar la bondad de las cosas creadas (Gen 1:31), apetecerlas, y desde ellas, elevarse al creador de las mismas[1] . Las cosas creadas muestran la bondad de Dios; y a través de ellas, Dios comparte su infinita bondad y alegría con nosotros. Así pues, Dios creó para darse gloria a sí mismo, para mostrar su bondad y para compartir su alegría con nosotros.

Ahora bien, dado que este mundo es temporal y tanto los ángeles como los hombres tienen una “semilla de eternidad”, la relación con su Creador nunca se interrumpe: ya sea para amarlo o ya para rechazarlo. Para algunos ángeles esa dicha sin fin ya comenzó al salir victoriosos de su prueba inicial; para otros, aquellos que se rebelaron contra su Creador, la vida sigue pero en el mundo de los condenados – el infierno. Y en el caso de los hombres, dado que su alma espiritual no puede morir, su existencia no puede acabar con este mundo, sino que luego deberá pasar a gozar de la dicha o del castigo eterno en el mundo venidero.
Sabiendo el hombre lo que le espera, ha de vivir esta vida orientándola continuamente hacia su Creador, para servirle, adorarle, amarle y darle gracias; siendo plenamente consciente de que si es fiel a Dios, acabados sus años en este mundo, Él lo tendrá para siempre junto a sí en su reino (Mt 25:34; Jn 14: 2-3).

La felicidad del cielo consistirá pues en poseer a Dios y ser poseído por Él[2]. Una unión tan perfecta que no nos podemos imaginar. Unión que por estar basada en el amor, en ningún momento será “fundirse y desaparecer el uno en el otro” como defienden el budismo y otras religiones orientales, sino que seguirán existiendo el yo y el tú, el tú y el yo, para que el amor sea posible. Amado y amante se entregarán y pertenecerán el uno al otro por toda la eternidad[3].

Dado que el hombre está llamado a participar de esa felicidad sin límites con su Dios, las cosas del mundo son un mero reflejo de su Creador, pero en ningún momento le colman ni satisfacen. El cristiano se desprende de las cosas del mundo porque no quiere tener su corazón atado (Col 3: 1-2). En ningún momento renuncia a ellas porque sean malas (Gen 1:7.10.12.18.21.25.31), sino porque tiene su corazón fijo en quien ama y de quien recibe todo amor. Las cosas del mundo son para un cristiano un a modo de huellas que le marcan por dónde ha pasado su Amado. Como nos decía bellísimamente San Juan de la Cruz en su “Cántico espiritual”:

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
[4]

Ahora bien, Dios nunca dará a nadie algo que no quiera; y sí dará a cada uno lo que él se merezca. Es por ello que quien haya vivido esta vida sin “querer” a Dios, nunca Dios le invitará a estar con Él en el cielo, por la sencilla razón de que eso es lo que la persona deseaba en la tierra. Para poder saber lo que Dios nos dará en la otra vida lo único que tenemos que hacer es sencillamente examinar lo que nosotros queremos en ésta. Si amamos a Dios sobre todas las cosas podemos estar seguros que lo seguiremos haciendo en el cielo. Ahora bien, si en esta vida hemos preferido poner a Dios al margen; o dicho con palabras más directas, vivir separados de Dios, lo seguiremos estando en la vida venidera. Y esto no tiene otro significado que el infierno eterno.

La vida del hombre adquiere su sentido del fin para el cual fue creado. No hay criatura sin Creador. Y el Creador no sólo creó todo lo que existe sino que también lo mantiene y cuida a través de su providencia y de su amor.

Conociendo Dios que no todos los hombres serían capaces por sí mismos de descubrir sin error su fin último; y sabiendo también que el hombre podría ser atrapado fácilmente por las criaturas en lugar de orientarse hacia su Creador, les dio una serie de medios para ayudarle a descubrir, conocer y alcanzar este fin último para el cual fueron creados.
Para poder, pues, alcanzar nuestro fin último que es la unión con Dios en el cielo, debemos comenzar por unirnos a Él aquí en la tierra. Ahora bien, para amar a Dios debemos conocerlo; y para amarlo y conocerlo, necesitamos los sacramentos, la vida de oración, practicar las virtudes, leer buenos libros religiosos, recibir la adecuada catequesis, practicar obras de misericordia…

¿Quién enseñará al hombre lo que debe hacer para descubrir el sentido de su existencia y así alcanzar el fin último para el cual fue creado? Primero de todo, Cristo a través de su propia persona, de sus enseñanzas y de sus sacramentos; y luego, aquéllos designados por el mismo Cristo para cumplir esta misión.

Pero de esto hablaremos en el siguiente y último artículo de este primer capítulo que hemos dedicado al “sentido de la existencia del hombre”.
Si desea profundizar en el contenido de este artículo puede acudir a:

1.- Excelente artículo/resumen de E. Valiente Fandiño sobre el fin último del hombre, en:

2.- Santo Tomás de Aquino:
Sobre el hombre y las propiedades del alma humana: Suma Teológica (I, qq. 75-102) y de modo más particular en los artículos siguientes de la cuestión 75:
Artículo 2: La subsistencia del alma 


Artículo 6: Sobre la incorruptibilidad del alma


Sobre el fin último del hombre: Suma Teológica (I-II, qq. 1-5)

3.- San Buenaventura, “Itinerario de la mente a Dios”

Padre Lucas Prados






Bibliografia
[1] San Basilio el Grande en una de las páginas iniciales de su primera homilía sobre el Exameron, en la que comenta el relato de la creación según el capítulo primero del libro del Génesis, se detiene a considerar la acción sabia de Dios, y llega a reconocer en la bondad divina el centro propulsor de la creación. «”En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Mi palabra se rinde abrumada por el asombro ante este pensamiento» (1,2,1: Sulla Genesi, en Omelie sull’Esamerone, Milán 1990, pp. 9.11). En efecto, aunque algunos, «engañados por el ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si estuviera gobernado por la casualidad», el escritor sagrado «en seguida nos ha iluminado la mente con el nombre de Dios al inicio del relato, diciendo: “En el principio creó Dios”. Y ¡qué belleza hay en este orden!» (1,2,4: ib., p. 11). «Así pues, si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador».
[2] Este concepto ha sido matizado a lo largo de la teología católica de muchos modos: San Agustín hablaba de la felicidad como de la “posesión de lo verdadero absoluto”. Para Santo Tomás, la felicidad consistía en la “contemplación y posesión de la verdad”. Yo le doy aquí un sentido menos filosófico o teológico y más místico.
[3] Cantar de los Cantares 7: 11: “Yo soy para mi amado y a mí tienden todos sus anhelos”
[4] http://www.mercaba.org/DOCTORES/JUAN-CRUZ/poesias.htm#1. CANTICO ESPIRITUAL (CA)

Visto en adelantelafe.com


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