Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año -
Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio
(Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).
Hoy meditaremos sobre la parte tercera del Sacramento de la
Penitencia, la satisfacción, y veremos: 1° Su importancia; 2° Su extensión; 3°
Cómo conducirnos en este particular.
—En seguida, tomaremos la resolución: 1º De cumplir siempre
nuestra penitencia lo más pronto posible después de la confesión, acompañándola
de un gran deseo de hacernos mejores; 2º De sufrir pacientemente todas las
cruces que la Providencia nos mande y añadir algunas mortificaciones
voluntarias, por ejemplo, en nuestras comidas, en nuestras curiosidades o
deseos de ver, en el amor a las comodidades. Nuestro ramillete espiritual serán
las palabras del Concilio de Trento: “Toda la vida cristiana deber ser una perpetua
penitencia”.
Adoremos a Jesucristo satisfaciendo nuestras culpas y abrazando para ello una vida de padecimiento. Nace en extrema pobreza, vive en continuos trabajos y muere en los más crueles suplicios. ¡Oh admirable modelo de penitencia! Hermoso ejemplo para los que, animados del celo de la justicia de Dios contra sí mismos, quieren satisfacerle enteramente por sus propios pecados.
IMPORTANCIA DE LA
SATISFACCIÓN
AÚN DESPUÉS DE
PERDONADO EL PECADO
Toda falta merece un castigo, y toda injuria exige una reparación. Nuestra falta, si es grave, merece una pena eterna; Dios, por el sacramento de la Penitencia, nos perdona la pena eterna, pero queda por satisfacer la pena temporal. “Vos perdonáis, Señor, dice San Agustín, al pecador que confiesa su falta, pero a condición de que el mismo se castigue”. Y, ¿Qué cosa más justa? ¿Es equitativo que el inocente, el Hombre-Dios, sufra por el pecado la más cruel de las muertes y que el culpable recoja el precio de la muerte sin tener parte en la expiación? San Pablo no pensaba de otra manera, cuando decía: “Yo completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Jesucristo. No nos veremos, glorificados con Jesucristo, si no hemos sufrido con Él”. La Iglesia tampoco piensa de otra manera, cuando llama a la penitencia un bautismo laborioso, que no justifica al alma, sino a costa de muchas lágrimas y penas. Así Dios, en su bondad perdona; pero en su justicia exige satisfacción. La satisfacción del hombre es incapaz por su sólo mérito de satisfacer a su justicia; pero en su bondad autoriza al hombre para aprovecharse de las obras satisfactorias del Salvador, añadiéndolas a las suyas y apropiándose por medio de esta unión su valor infinito. De esta manera la justicia y la bondad quedan plenamente satisfechas. Admiremos y bendigamos esta maravillosa economía de la sabiduría divina.
EXTENSIÓN DE LA
SATISFACCIÓN
DADA AL PECADO
PERDONADO
Si la penitencia impuesta por el confesor es ordinariamente
muy ligera, es únicamente por temor de desalentar al penitente exigiéndole más.
Pero, en realidad, se debe una satisfacción muy diferente. “Se debe a Dios,
dice Tertuliano, una penitencia que sea una compensación o abreviación de las
penas eternas”. Y el Concilio de Trento añade que TODA LA VIDA CRISTIANA DEBE
SER UNA PERPETUA PENITENCIA. Si Dios perdonó a Adán y a David, fue sólo con la
condición de que serían castigados con penas terribles: El uno en sí mismo y en
toda su posteridad, el otro en su persona y en su pueblo. Los santos, aun
después de haber recibido el perdón, se consagran para toda la vida a austeras
penitencias; en fin, los justos en el Purgatorio, aunque Dios les perdonó la
culpa, siempre tienen que soportar penas en cuya comparación todos los
padecimientos de la vida son ligeros. ¡Oh justicia de Dios, cuán severa eres,
cuán enemigos somos de nosotros mismos, haciendo tan poca penitencia en este
mundo!
MANERA DE
SATISFACER A DIOS POR NUESTROS PECADOS
1° ES
PRECISO CUMPLIR EXACTAMENTE LA PENITENCIA IMPUESTA POR EL CONFESOR. Esta lleva
consigo algunas gracias particulares, por formar parte integrante del
sacramento; y, por otra parte, faltar a ella sería mutilar el sacramento y, por
consiguiente, ofender a Jesucristo. Retardarla sería retardar el mérito, que
nos sirve para vivir mejor; sería disminuir la gracia contra los pecados
veniales que cometiéramos en el intervalo; sería aún perderla enteramente, si
en ese intervalo cayéramos en pecado mortal. Puesto que a menudo ella se nos da
como preservativo contra la recaída, o medio de santificar ciertos días de
fiesta. 2° ES PRECISO RECIBIR ESTA PENITENCIA CON RESPETO Y SUMISIÓN, como
impuesta por Jesucristo en la persona de su ministro, estimarla como infinitamente
menor que la que mereceríamos por nuestros pecados y cumplirla devotamente, con
aspiración a una vida mejor y con vivos sentimientos de lo pasado. 3º A ESTA
PENITENCIA SACRAMENTAL ES NECESARIO AÑADIR LA ACEPTACIÓN DE TODAS LAS MOLESTIAS
DE NUESTRA POSICIÓN O DE NUESTRO ESTADO, de todas las enfermedades de nuestro
cuerpo, del rigor de las estaciones, de las diversas contradicciones de la
vida, de las molestias que nos ocasionan los defectos del prójimo, aceptando
todas estas cruces con espíritu de penitencia y diciéndonos a menudo: “¿Qué es
esto en comparación con el infierno, donde he merecido arder para siempre?” 4°
En fin, ES PRECISO, CON EL MISMO ESPÍRITU DE PENITENCIA, RENUNCIAR LA
DELICADEZA Y SENSUALIDAD, A LOS ENTRETENIMIENTOS PELIGROSOS, E INÚTILES O
DEMASIADO PROLONGADOS, a las satisfacciones de la curiosidad, de la propia
voluntad, del amor propio y del carácter, y poner nuestro placer en el
cumplimiento del deber y privamos de lo demás, diciendo con aquel santo
penitente a quien le proponían placeres, banquetes y juegos: “Dejo todo eso
para las almas justas; pero yo que he pecado y que estoy en peligro de pecar
aún, no tengo otro destino que gemir y hacer penitencia” ¿Ponemos nosotros en
práctica estas diversas maneras de satisfacer a la divina justicia?
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