OCHO
PRÁCTICAS CONCRETAS PARA LAS PERSONAS QUE
QUIEREN SER SANTAS
La
santidad se consigue con la ayuda y la gracia de Dios, pero también con mucho
esfuerzo. Todos, sin exclusión, estamos llamados a imitar en cada uno de
nosotros la vida y el ejemplo de Jesucristo.
Es
primordial conocer y llevar a la práctica uno de los puntos clave del Concilio
Vaticano II: la llamada universal a la santidad. Y el secreto de la santidad es
la oración constante que puede ser definida como el continuo trato con Dios:
“es preciso orar siempre y no desfallecer”. (Lc. 18,1)
Hay
varios caminos (o muchos) para conocer y tratar a Jesús. Vamos a hablar
brevemente sobre algunos de ellos. Si quieres llegar a conocer, amar y servir a
Jesús debes hacerlo de la misma forma que aprendes a amar y enamorarte de otras
personas (tu esposa, tu marido, los miembros de tu familia, los amigos...): es
decir, pasando un tiempo con Él de forma regular y, en principio, todos los
días.
La
santificación es un trabajo de toda la vida y requiere nuestro esfuerzo para
cooperar con la gracia de Dios que viene por medio de los Sacramentos.
Las
ocho prácticas que proponemos consisten en el ofrecimiento de obras por la
mañana, la lectura espiritual (Nuevo Testamento y/o un libro espiritual
sugerido por tu director espiritual), el Santo Rosario, la Misa y Comunión, al
menos diez minutos de oración mental, la recitación del Ángelus al mediodía, un
breve examen de conciencia por la noche y la confesión frecuente.
Pero
antes de poner en práctica lo sugerido conviene tener en cuenta lo siguiente:
El
crecimiento en estas prácticas diarias es como un programa de ejercicio físico:
es un ejercicio de proceso gradual. No esperes incorporar las ocho o aún dos o
tres de ellas inmediatamente. No puedes correr una carrera de cinco kilómetros
si antes no te has entrenado.
Debes
dejarte ayudar por tu director espiritual y gradualmente incorporar las
prácticas a tu vida en el período de tiempo que mejor vaya a tu particular
situación.
Al
mismo tiempo tú debes hacer el firme propósito, con la ayuda del Espíritu Santo
y tus intercesores, para hacer de ellas la prioridad de tu vida —más importante
que comer, dormir, trabajar o descansar—.
Queremos
aclarar que estas prácticas deben hacerse cuando estemos mejor dispuestos
durante el día: en un lugar en silencio y sin distracciones; donde sea fácil
ponerse en presencia de Dios y estar con Él.
Hay
que dejar claro que vivir estas prácticas no son pérdida de tiempo. No estás
perdiendo el tiempo, en realidad lo ganas. Nunca conocerás una persona que viva
todas ellas diariamente que sea menos productiva en su trabajo o peor esposo/a
o que tenga menos tiempo para sus amigos/as o no pueda cultivar su vida
intelectual o de ocio. Todo lo contrario, Dios siempre recompensa a los que lo
ponen primero a Él.
Nuestro
Señor multiplicará asombrosamente tu tiempo como multiplicó los panes y los
peces y dio de comer a la multitud hasta saciarse. Puedes estar seguro de que
San Juan Pablo II, la beata Madre Teresa o San Maximiliano Kolbe, por ejemplo,
rezaban mucho más que lo que se sugiere en estas prácticas repartidas a lo
largo del día.
Las
8 prácticas:
Primera:
Ofrecimiento del día por la mañana.
La primera
práctica es el ofrecimiento del día por la mañana utilizando tus propias
palabras o una fórmula (ofreces todo tu día a la gloria de Dios).
Segunda:
Diez minutos de oración en silencio.
La
segunda práctica es, por lo menos, diez minutos de oración en silencio (y
puedes agregar otros diez minutos extra en otro momento del día). Después de
todo, ¿quién no desea pasar más tiempo con tan excelente compañía? La oración
es una conversación personal, directa con Jesucristo, preferentemente frente al
Santísimo Sacramento en el Sagrario (y si no puedes, en un lugar recogido de tu
casa). Esta es tu hora de la verdad. Si lo deseas puedes abrirte y hablar
acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón.
Al
mismo tiempo adquirirás la práctica de escuchar cuidadosamente y meditar como
otra María (Lc. 10.38-42) para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué
te quiere dar. En eso comprenderás lo que dijo Jesús: “Sin Mí, no podéis
hacer nada”.
Tercera:
Quince minutos de lectura espiritual.
La
tercera práctica son quince minutos de lectura espiritual que normalmente
consistirán en unos pocos minutos de lectura del Nuevo Testamento, para
identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador. Y el resto del
tiempo con un libro de espiritualidad recomendado por tu director espiritual.
En
cierto sentido, es la más provechosa de nuestras prácticas porque a través de
los años leeremos varias veces la vida de Cristo y adquiriremos la sabiduría de
los santos y de la Iglesia junto con la lectura de docenas de libros, los
cuales enriquecerán nuestra mente. Y también podremos poner en práctica las
ideas allí expuestas.
Cuarta:
Participar en la Santa Misa y Recibir la Santa Comunión en estado de gracia.
La
cuarta práctica es participar en la Santa Misa y recibir la Comunión en gracia.
Este es la práctica más importante de todas las ocho. Ella debe estar en el
centro de nuestra vida y consecuentemente de nuestro día.
Este
es el acto más íntimo del hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la
renovación de Su sacrificio por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma
resucitado. Como San Juan Pablo II dijo en su Exhortación
Apostólica Ecclesia in America: “la Eucaristía continúa siendo el centro
vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad
eclesial” (n°35).
Quinta:
Rezar cada día al mediodía el Ángelus (o Regina Coeli en tiempo de Pascua).
La
quinta práctica es rezar cada día al mediodía el Ángelus o Regina Coeli (en
Pascua), invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico.
Esta es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos atrás. Este es un
hermoso modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños recordamos a
Nuestra Madre durante el día y meditamos sobre la vida de Nuestro Señor, el
cual da sentido a toda nuestra existencia.
Sexta:
El rezo del Santo Rosario cada día.
La
sexta práctica también es Mariana: el rezo del Santo Rosario cada día. Es una
práctica que, una vez adquirida es difícil abandonar. Junto con la repetición
de las palabras de amor a María y el ofrecimiento de cada decena por nuestras
intenciones, nosotros tomamos un atajo hacia Jesús el cual pasa a través del
corazón de María. Él no puede rechazar nada de Ella.
Séptima:
Breve examen de conciencia por la noche antes de ir a la cama.
La
séptima práctica es un breve examen de conciencia por la noche antes de ir a la
cama. Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y por varios minutos revisas tu
día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de
Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos. También miras una particular
área, la cual tú tienes identificada con ayuda de tu director espiritual, quien
conoce tus necesidades para mejorar y llegar a la santidad. Luego haces un acto
de gratitud por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contrición
por aquellos aspectos en los que voluntariamente has fallado.
Octava:
Confesión frecuente.
Sin
ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo,
se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los
pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas
inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu.
Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la
misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también
misericordioso (cf Lc 6,36):
«Quien
confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus
pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios. Hombre y pecador son dos cosas
distintas; cuando oyes, hombre, oyes lo que hizo Dios; cuando oyes, pecador,
oyes lo que el mismo hombre hizo. Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo
que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios
Cuando empiezas a detestar lo que hiciste, entonces empiezan tus buenas obras
buenas, porque repruebas las tuyas malas. [...] Practicas la verdad y vienes a
la luz» (San Agustín, In Iohannis Evangelium tractatus 12, 13)".
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1458).
Conclusión:
Sé
honesto contigo y con Dios. Estas prácticas, vividas bien, nos capacitan para
obedecer la segunda parte del gran mandamiento: amar a los otros como a
nosotros mismos. Estamos en la tierra como estuvo el Señor “para servir y no
para ser servido”. Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra gradual
transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos.
Viviendo
estas ocho prácticas llegaremos a ser personas santas y apostólicas, gracias a
Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño, siempre
tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia y
además la ayuda de nuestro director espiritual para volver a nuestro
camino correcto.
J.
G. B
No hay comentarios:
Publicar un comentario