"Omne verum, a
quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"
Toda verdad, dígala
quien la diga, viene del Espíritu Santo.
(Santo Tomás de Aquino)
"Se debe obedecer a
Dios antes que a los hombres".
(Hch 5,29).
Por diácono Jorge Novoa
El respeto humano es un
arma potente en manos del demonio.
El santo Cura de Ars advertía: "¿Sabéis cuál es la primera tentación que
el demonio presenta a una persona que ha comenzado a servir mejor a Dios? Es el
respeto humano ¡Oh, maldito respeto humano!, ¡qué de almas arrastra al
infierno!".
La
cultura dominante evita cada vez más definir. Si al mal que me aqueja no puedo
nombrarlo, ¿Cómo podré curarlo? La definición permite un diagnóstico apropiado
para poder combatir una enfermedad, en este caso una enfermedad espiritual.
Este espíritu del mal que penetra la
cultura imperante y favorece la
"confusión" es el demonio.
El
texto del libro de los Hechos de los Apóstoles en 5, 29, detalla
perfectamente a qué nos referimos cuando aludimos al "respeto
humano". Es la desobediencia a las
mociones de Dios, para adecuarnos obedientemente a los sentires, pesares y
deseos de los hombres, impulsándonos a complacer más a los hombres que a
Dios.
El
respeto humano supone un exceso de preocupación por el juicio de los demás
sobre nosotros, nuestras decisiones y opciones, tenemos la necesidad de ser
reconocidos y admirados por lo que hacemos o decimos. O la incapacidad, de la
que hacemos gala, para asumir nuestras decisiones delante de los
demás. Esta actitud se parece a una máquina que, una vez alimentada,
vuelve a su cultor en prisionero, y permanentemente lo hace vivir de cara al
"que dirán". El demonio utiliza estos miedos para obstaculizar y en
muchos casos paralizar cualquier movimiento hacia Dios.
El
respeto humano se apoya en la apariencia. Si observamos detenidamente los
términos que designan esta realidad, ambos son insignes; el respeto es la consideración sobre la excelencia de alguna
persona o cosa. Es una suerte de miramiento, atención y deferencia con
alguien o algo. Humano es
lo relativo al hombre; un gesto humano es un modo de expresar compasión y
generosidad. Ambos términos, presentados separadamente, expresan realidades
sublimes de la existencia humana; pero el demonio los disfraza, presentando
bajo el ropaje de lo sublime un rasgo deshumanizador.
El
respeto humano es negativo para la vida espiritual, y debe ser reconocido y
enfrentado con valentía, implorando al Señor en la oración que nos permita
descubrir las artimañas del enemigo de la naturaleza humana. Su aparición en la vida espiritual está
destinada a favorecer la tibieza. El hombre que ha sido atraído hacia las
cumbres de la santidad, llamado por el Señor a vivir quijotescamente su
existencia, ahora comienza a ocultar
estos impulsos guardándolos en su corazón, debido al efecto que provocará esta
decisión en los demás. Sórdidamente
el demonio entabla la batalla en el corazón del hombre, cargándolo con el peso
que supone, que su decisión puede entristecer, herir o producir un
distanciamiento afectivo. El combate se libra en el pensamiento,
apareciendo un sin número de argumentaciones, que llaman "los maestros de
la vida espiritual", las falsas razones.
Enseña
S. Ignacio, en las reglas de discernimiento de espíritus:
"En
las persona que van intensamente purgando sus pecados, y en el
servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo, es el contrario
modo que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder,
tristar (entristecer) y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para
que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones,
lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos,
para que en el bien obrar proceda adelante".
Trabaja por lo general
en el ámbito de los afectos,
y nos susurra sobre la impresión que causará en nuestros familiares, amigos,
compañeros de trabajo la decisión que hemos tomado. Nos invita sutilmente, en
caso que debamos nosotros comunicar la noticia, a hacerlo difusamente,
ocultando las verdaderas motivaciones.
El
hijo que ha "recibido" el llamado a la vida religiosa, y se pregunta
por la reacción de sus amigos, padres, etc. El joven que ha comenzado a
frecuentar la parroquia y la celebración dominical siente el peso de
confesar valientemente el camino emprendido.
La
entrada de Teresa de los Andes en el Carmelo convulsiona a toda la familia, su
padre se ausenta de la casa en los últimos días; no tiene el valor de regresar
"para no encontrarse en el momento de la separación". Especialmente
disgustados por su ingreso en el Carmelo, están su hermana Rebeca desolada por
la próxima ausencia, y su hermano Lucho, que ha perdido la fe y no entiende la
vocación de su hermana a quien adora".
Agustín,
en las Confesiones, nos refiere la lucha que sostiene Victorino. "Temía Victorino
disgustar a sus amigos fanáticos idólatras, que eran muy poderosos por hallarse
constituidos en la cumbre de las mayores dignidades civiles y religiosas, y
juzgaba que sus odios y enemistades, por proceder de personas tan principales y
altas, habían de caer sobre él con tanto mayor ímpetu y fuerza, cuanto era
mayor la influencia y poder de aquellas eminencias babilónicas y de aquellos
elevados cedros del Líbano, que aún el señor no había derribado y deshecho.
Pero después que con el estudio continuado y fervorosa oración adquirió más
fortaleza y convencimiento de la fe, temía no se verificase en él, el dicho del
Salvador de que no le había de reconocer por suyo en presencia de los santos
ángeles, si él temía confesar a Cristo delante de los hombres, le pareció que
se hacía reo de un delito muy grave en avergonzarse de recibir los sacramentos,
que vuestro Verbo humillado había instituido, no habiéndose avergonzado de
cooperar a los sacrificios sacrílegos y cultos inventados por la soberbia de
los demonios, a quienes él, soberbio también, había imitado recibiendo las
sacrílegas órdenes con que se dedicaban los hombres y destinaban al culto y
servicio de los ídolos. Un día, pues, despreciando el respeto humano que hacía
perseverar en la vanidad y mentira, y avergonzándose de no seguir la verdad,
repentinamente se resolvió, y, sin más pensar en ello, dijo a Simpliciano,
según este mismo contaba: Ea vamos a la Iglesia, que quiero hacerme
cristiano". (Confesiones; L.VIII C.II)
El
Santo Padre exhortaba a vencer el respeto humano diciendo:
"¡Sentíos
orgullosos de ser cristianos! ¡Demostradlo siempre con la palabra, con el
comportamiento, en el ambiente del trabajo, en la familia, en la profesión, sin
respeto humano alguno!".
El respeto humano
promueve un silenciamiento de la vida cristiana vivida como testimonio, reduciendo el espacio evangelizador a
nuestra parroquia, familia, etc. En la sociedad actual se puede hablar de todo
menos de Cristo, se puede justificarlo
casi todo (homosexualidad, lesbianismo) excepto los mandamientos de la ley de Dios. Hay una censura cultural
implícita en la vida cotidiana que nos invita a ocultar nuestro
seguimiento del Señor, mientras escuchamos a otros, que, sin ningún tipo de
miramientos, se pavonean expresando a viva voz, su adhesión a cantantes,
deportistas, espiritistas, y líderes políticos …
El
Respeto humano en un texto bíblico
Este
texto bíblico tomado del Evangelio según San Mateo nos ayudará a reflexionar
sobre el respeto humano:
"Porque
Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu
hermano". Herodías le guardaba rencor, y quería hacerlo morir, y no
podía. Porque Herodes tenía respeto por Juan, sabiendo que era un
varón justo y santo, y lo amparaba: al oírlo se quedaba muy perplejo y sin
embargo lo escuchaba con gusto. Llegó, empero, una ocasión favorable,
cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un festín a sus grandes, a
los oficiales, y a los personajes de Galilea. Entró (en esta ocasión) la hija
de Herodías y se congració por sus danzas con Herodes y los
convidados. Dijo, entonces, el rey a la muchacha. "Pídeme lo que quieras,
yo te lo daré". Y le juró: "Todo lo que me pidas, te lo daré, aunque
sea la mitad de mi reino". Ella salió y preguntó a su madre: "¿Qué he
de pedir?" Esta dijo: "La cabeza de Juan el Bautista". Y
entrando luego a prisa ante el rey, le hizo su petición: "Quiero que al
instante me des sobre un plato la cabeza de Juan el Bautista". Se
afligió mucho el rey; pero en atención a su juramento y a los convidados, no
quiso rechazarla".
El
Bautista es un hombre de Dios, medita la ley de Señor día y noche en su
interior; conociendo la situación en que se encuentra Herodes, y las
devastadoras consecuencias que el pecado traerá, no solamente para él, sino
también para el pueblo, le advierte que vive ilícitamente fuera de la ley de
Dios. "No te es lícito"… que para nada significa no puedes,
sino "no debes", o, mejor dicho, puedes usando tu libertad obrar el
bien y aborrecer el mal. Herodías ante la palabra del Bautista arde
interiormente; el rencor es un fuego que consume el alma, alimentando
un resentimiento tenaz que desea se consume la muerte del Bautista. El rencor
oscurece la inteligencia, quita la paz e instala en el corazón la violencia.
Herodes respeta al
Bautista; las cualidades que destaca de esta personalidad emblemática de la Escritura son
las que caracterizan a un hombre de Dios: es "varón justo y santo". Las palabras del Bautista, agudas como una
espada de dos filos, le producen la perplejidad de la Verdad. En estas
vidas enfangadas por el pecado, la
palabra de Dios por medio de Juan abre la herida con la intención de sanar para
reconciliar. De esta verdad en la Iglesia dan testimonio los santos.
El demonio espera para
tentarnos una ocasión favorable, mediado por el debilitamiento
espiritual, que se
expresa, en la pereza de cumplir con los deberes religiosos, en una cierta
aridez en la oración, o en el enfriamiento de las virtudes teologales (fe,
esperanza y caridad).
En
la Sagrada Escritura, nos cuenta San Lucas, luego de tentar a Jesús en el
desierto se retiró buscando un momento
oportuno.
El
clima festivo del cumpleaños de Herodes, rodeado de hombres y mujeres
que lo reconocen y admiran, parece el lugar apropiado para vencer el respeto
que tiene al hombre de Dios, en aras de conservar el respeto humano.
Herodes
tiene el corazón empecatado y el respeto humano es la soga que le impide volar.
Es un hombre disoluto que expresa toda su vaciedad ofreciéndole a la hija de
Herodías lo que quiera, "todo lo que me pidas"…, una danza
insinuante, unos amigos y una fiesta son la ocasión favorable para decidir
la violenta muerte del precursor del Mesías. Precisamente una vida tan
vacía responde injustamente, dando rienda suelta al rencor que promueve la ceguera de
Herodías.
Finalmente,
Herodes ejecuta el pedido de muerte para el Bautista, con una aflicción que se
inclina ante el juicio de los hombres y se pasea indiferentemente ante el
juicio de Dios.
Dice
el Aquinate comentando el Credo en el artículo 1: "Asimismo, todos aquellos que obedecen a los reyes más que a
Dios o en aquellas cosas que no deben obedecer, lo constituyen dioses
suyos.
Hechos
5, 29: "Se debe obedecer a
Dios antes que a los hombres".
"Lo
único que para mí habéis de pedir es fuerza interior y exterior, a fin de que
no sólo de palabra, sino también de voluntad me llame cristiano y me muestre
como tal..."[1]
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