EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

jueves, 3 de mayo de 2018

A este no le pueden ya mandar a callar




A ESTE NO LE PUEDEN YA MANDAR A CALLAR

Cito pasajes de la Tercera campanada de San Josemaría Escrivá de Balaguer:
Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.
Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.
Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas.
No es tiempo para el sopor; no es momento de siesta, hay que perseverar despiertos, en una continua vigilia de oración y de siembra.
¡Alerta y rezando!, que nadie se considere inmune del contagio, porque presentan la enfermedad como salud y, a los focos de infección, se les trata como profetas de una nueva vitalidad.
Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra corriente. No os dejéis llevar por falsas ilusiones. Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos - a lo largo de los siglos - han querido ser constantes discípulos del Maestro. Tened, pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador. Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento. Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos.
No podemos dejar de insistir. No buscamos nada para cada uno de nosotros, por interés personal; buscamos la santidad, que es buscar a Dios. Y Él espera que se lo recordemos con insistencia.Se están causando voluntariamente heridas en su Cuerpo, que va a ser muy difícil restañar.
Cultivemos un fuerte espíritu de expiación, también porque hay mucho que reparar dentro del ambiente eclesiástico. Debemos pedir perdón, en primer lugar, por nuestras debilidades personales y por tantas acciones delictuosas que se cometen contra Dios, contra sus Sacramentos, contra su doctrina, contra su moral. Por esa confusión que padecemos, por esas torpezas que se facilitan, corrompiendo a las almas muchas veces casi desde la infancia.
Pongámosle delante, al Señor, el número de almas que se pierden y que no se perderían si no se les hubiese metido en la ocasión; almas que abandonan las prácticas religiosas, porque ahora se difunde impunemente propaganda de toda clase de falsedades, y resulta en cambio muy difícil defender la ortodoxia sin ser tachados —dentro de la misma Iglesia, esto es lo más triste— de extremistas o exagerados. Se desprecia, hijos míos, a los que quieren permanecer constantes en la fe, y se alaba a los apóstatas y a los herejes, escandalizando a las almas sencillas, que se sienten confundidas y turbadas.
Comprendemos claramente que la fidelidad a Jesucristo exige permanecer en continua vigilia, porque no cabe confiar en nuestras pobres fuerzas. Hemos de luchar siempre, hasta el último instante de nuestro paso por la tierra: éste es nuestro destino. Luchar, no sólo en nuestro interior, sino también por fuera, oponiéndonos a esa presión destructora, peleando denodadamente contra el demonio, porque Satanás no descansa en su labor devastadora: él fue homicida desde el principio (Ioann. VIII, 44). No es lógico desentenderse de esa contienda, hijas e hijos míos. Nos hemos negado a tantas cosas lícitas y nobles por servir a la Iglesia, por salvar almas. Tenemos más deber y más derecho que otros, tenemos más responsabilidad.
En una palabra, vigilar, hijos, es luchar, para ser buenos cristianos. La situación actual de la Iglesia impone, con más responsabilidad que nunca, la correspondencia sincera a nuestra vocación. Precisamente ahora es más indispensable la fidelidad, el procurar vivir cara a Dios, sabiendo que arrastramos defectos, pero que esto no nos autoriza a desertar.
Fijaos que se fomenta un clima mundial, para centrar todo en el hombre; un ambiente de materialismo, desconocedor de la vocación trascendente del hombre, que sofoca cruelmente la libertad de la persona humana o, al menos, confunde la libertad con el libertinaje, comercializando las pasiones. Causa pena contemplar masas enteras de gente que se dejan conducir por el dictado de unos pocos, que les imponen sus dogmas, sus mitos e incluso todo un ritual desacralizado.
Es preciso enfrentarse contra esta tendencia, con los resortes de la doctrina cristiana, en una perseverante y universal catequesis. Es, hijos míos, un elemental compromiso de caridad para la conciencia de un católico.
Resulta muy penoso observar que -cuando más urge al mundo una clara predicación- abunden eclesiásticos que ceden, ante los ídolos que fabrica el paganismo, y abandonan la lucha interior, tratando de justificar la propia infidelidad con falsos y engañosos motivos. Lo malo es que se quedan dentro de la Iglesia oficialmente, provocando la agitación.
Por eso, es muy necesario que aumente el número de discípulos de Jesucristo que sientan la importancia de entregar la vida, día a día, por la salvación de las almas,decididos a no retroceder ante las exigencias de su vocación a la santidad. Sin este esfuerzo de auténtica e interior fidelidad, decidme ¿qué servicio prestaría la Iglesia a los hombres?
Y ahora, si podéis, mandadle callar.
Santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante


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