A ESTE NO LE PUEDEN YA MANDAR A
CALLAR
Cito pasajes de la Tercera campanada
de San Josemaría Escrivá de Balaguer:
Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de
pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para
acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.
Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese
influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento
que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural
de la vida cristiana.
Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la
Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas
almas.
No es tiempo para el sopor; no es
momento de siesta, hay que perseverar despiertos, en
una continua vigilia de oración y de siembra.
¡Alerta y rezando!, que nadie se considere inmune del contagio,
porque presentan la enfermedad como salud y, a los
focos de infección, se les trata como profetas de una nueva vitalidad.
Convenceos, y suscitad
en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra
corriente. No os dejéis llevar por falsas ilusiones. Pensadlo
bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros
primeros, y cuantos - a lo largo de los siglos - han querido ser constantes
discípulos del Maestro. Tened, pues, la firme
persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los
tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador.
Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente
verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento. Desde
dentro y desde arriba se
permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las,
puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes
deberían ser los custodios celosos.
No podemos dejar de insistir. No buscamos nada para cada uno de
nosotros, por interés personal; buscamos la santidad, que es buscar a Dios. Y
Él espera que se lo recordemos con insistencia.Se están
causando voluntariamente heridas en su Cuerpo, que va a ser muy difícil
restañar.
Cultivemos un fuerte espíritu de expiación, también porque
hay mucho que reparar dentro del ambiente eclesiástico. Debemos pedir perdón,
en primer lugar, por nuestras debilidades personales y por tantas acciones
delictuosas que se cometen contra Dios, contra sus Sacramentos, contra su
doctrina, contra su moral. Por esa
confusión que padecemos, por esas torpezas que se facilitan, corrompiendo a las
almas muchas veces casi desde la infancia.
Pongámosle delante, al Señor, el número de almas que se pierden
y que no se perderían si no se les hubiese metido en la ocasión; almas que
abandonan las prácticas religiosas, porque ahora se difunde impunemente
propaganda de toda clase de falsedades, y resulta en
cambio muy difícil defender la ortodoxia sin ser tachados —dentro de la
misma Iglesia, esto es lo más triste— de extremistas o exagerados. Se
desprecia, hijos míos, a los que quieren permanecer constantes en la fe, y se
alaba a los apóstatas y a los herejes, escandalizando a
las almas sencillas, que se sienten confundidas y turbadas.
Comprendemos claramente que la fidelidad a Jesucristo exige
permanecer en continua vigilia, porque no cabe
confiar en nuestras pobres fuerzas. Hemos de luchar siempre,
hasta el último instante de nuestro paso por la tierra: éste es nuestro
destino. Luchar, no sólo en nuestro
interior, sino también por fuera, oponiéndonos a esa presión destructora,
peleando denodadamente contra el demonio, porque Satanás
no descansa en su labor devastadora: él fue homicida desde el principio (Ioann.
VIII, 44). No es lógico desentenderse de esa contienda, hijas e hijos míos. Nos
hemos negado a tantas cosas lícitas y nobles por servir a la Iglesia, por
salvar almas. Tenemos más deber y más derecho que otros, tenemos más
responsabilidad.
En una palabra, vigilar, hijos, es luchar, para ser buenos
cristianos. La situación actual de la
Iglesia impone, con más responsabilidad que nunca, la correspondencia sincera a
nuestra vocación. Precisamente ahora es más indispensable
la fidelidad, el procurar vivir cara a Dios, sabiendo que arrastramos defectos,
pero que esto no nos autoriza a desertar.
Fijaos que se
fomenta un clima mundial, para centrar todo en el hombre; un
ambiente de materialismo, desconocedor de la vocación trascendente del hombre,
que sofoca cruelmente la libertad de la persona humana o, al menos, confunde la
libertad con el libertinaje, comercializando las pasiones. Causa pena contemplar masas enteras de gente que se
dejan conducir por el dictado de unos pocos, que les imponen
sus dogmas, sus mitos e incluso todo un ritual desacralizado.
Es preciso enfrentarse
contra esta tendencia, con los resortes de la doctrina cristiana, en
una perseverante y universal catequesis. Es, hijos míos, un elemental
compromiso de caridad para la conciencia de un católico.
Resulta muy
penoso observar que -cuando más urge al mundo una clara predicación- abunden
eclesiásticos que ceden, ante los ídolos que fabrica el paganismo,
y abandonan la lucha interior, tratando de justificar la propia infidelidad con
falsos y engañosos motivos. Lo malo
es que se quedan dentro de la Iglesia oficialmente, provocando la agitación.
Por eso, es muy necesario que aumente
el número de discípulos de Jesucristo que sientan la importancia de entregar la
vida, día a día, por la salvación de las almas,decididos a no
retroceder ante las exigencias de su vocación a la santidad. Sin este esfuerzo
de auténtica e interior fidelidad, decidme ¿qué servicio prestaría la Iglesia a
los hombres?
—
Y ahora, si podéis, mandadle callar.
Santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante
En Infocatólica
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