ORÍGENES
El rezo del santo Rosario ha tardado
mucho en formarse tal y como ahora lo conocemos. No fue ideado en un momento
concreto, sino que es fruto de una larga evolución.
Todo comenzó, probablemente, en
el siglo X. En el año 910 se fundó la Orden Cluniacense. Ésta le dio
una gran importancia a la oración coral comunitaria. Quería que sus abadías fuesen
un anticipo de la Jerusalén celestial, en la que los santos y los ángeles están
continuamente cantando alabanzas a Dios e intercediendo por todos los seres
humanos (cf. Ap 5,9; 14,3; 15,3). Por ello distinguieron entre dos tipos de
monjas y monjes: los dedicados a la oración coral (que rezaban al día unos 150
salmos, dependiendo de las circunstancias litúrgicas) y los dedicados al
trabajo manual. Éstos últimos solían ser personas sencillas e iletradas que se
ocupaban de la cocina, la portería, la huerta u otros oficios. Pero era preciso
que también orasen. Por ello algunos de estos monjes y monjas comenzaron a
rezar individualmente 150 Padrenuestros al día, en lugar de los 150 salmos que
rezaban los que asistían a la oración coral. Esta piadosa costumbre se fue
difundiendo no sólo entre los cluniacenses, sino también entre otras
comunidades religiosas, y entre sacerdotes y laicos.
EL SALTERIO DE LA VIRGEN
En el siglo XII, la Orden
Cisterciense (fundada en 1098) le va a dar una gran importancia al culto a la
Virgen María. Tanto es así, que casi todas sus abadías fundadas por ellos
llevan el nombre de una advocación mariana. Pues bien, en este contexto, las
monjas y los monjes cistercienses van a reemplazar en el Rosario algunos
Padrenuestros por Salutaciones de la Virgen María. Todavía no se había creado
la oración del Avemaría, sino que se rezaba sólo su primera parte, la Salutación
del ángel, tomada de Lc 1,28-33: «Dios te salve María, llena eres de
gracia, el Señor es contigo» y algunos le añadían la segunda parte del
saludo: «Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre».
Se va extendiendo la costumbre de
rezar tres cincuentenas de Salutaciones, es decir, 150 Salutaciones, en lugar
de 150 Padrenuestros. Se crea así el «Salterio de María». Y se va a añadir el
nombre de «Jesús» al final de la Salutación del Ángel. Además, es en esta época
cuando comienza a generalizarse el uso de «contadores», es decir, de rosarios,
para poder llevar la cuenta de las Salutaciones que se van rezando.
SANTO DOMINGO Y EL SANTO ROSARIO
La
Madre de Dios, en persona, le enseñó a Sto. Domingo a rezar el rosario en el
año 1208 y le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma
poderosa en contra de los enemigos de la Fe.
Corrían los años de principió del
siglo XIII, cuando el rey de León
(España) Alfonso VIII encargó
al Obispo de Osma y al sub prior del Cabildo de la misma ciudad, ir a Dinamarca a negociar el
matrimonio, con una princesa de aquellas tierras, de uno de sus hijos. Parten
los emisarios con aparatoso séquito y rumbosas obsequios, pero al atravesar el
país de Francia, lo
encuentran invadido por la herejía
albigense. El joven acompañante del Obispo, queda dolorido al presenciar
los estragos que los herejes causan en las filas de los fieles cristianos y hace el firme propósito de retornar a Francia, después de cumplida su misión
de embajador. Tras varios meses de viaje y regreso y vuelta a Dinamarca, obispo y sub prior
encamínanse a Roma, donde
el Papa Inocencio III, les
insta a convertir a los albigenses, fallece el Obispo y queda sin guía el
joven. ¿Quién es éste
joven? es Domingo de
Guzmán el fundador de la
gloriosa Orden Dominicana y propulsor del rezo del Santo Rosario. Aquel
de quien se dijo que “dominicano’’ viene
de “canes del Señor” porque defendían con arrojo la causa sagrada
de Dios y de su Iglesia. Aquel que vio en una visión el Papa Inocencio III
sostener la basílica que se inclinaba. Aquel que en una noche vio a Nuestro
Señor dispuesto a lanzar su cólera sobre el mundo y a la Santísima Virgen
presentarle dos hombres qué serían garantías de la conversión del mundo y en
uno de los cuales se reconoció a sí mismo y fue el otro San Francisco de Asís,
que tuviera idéntica visión, y al encontrarse ambos, al día siguiente, se
dieron apretado abrazo que hasta hoy une a dominicos y franciscanos.
Santo
Domingo de Guzmán, propulsor insigne del Rosario, que como bien lo dice el Papá
S. S. Pío V: “No sin divina
inspiración”. A quien la
Santísima Virgen se le apareció dándole el arma contra los herejes, arma que
consistía en una simple sarta de cuentas. Poca cosa a los ojos humanos, pero
invencible en la faz de la tierra. Es el Rosario, el
salterio marial u otro nombre que antes haya tenido no significan nada, ni
disminuye la gloria de nuestro Santo, porque es a partir del siglo XIII, como se ha probado entre los investigadores
y por los escritos de la época, que
el rezo del Ave María en número de 150, comienza a propagarse por toda la
cristiandad y que florecen en las iglesias dominicanas la Cofradía de Nuestra
Señora que bien pronto toma el nombre de Nuestra Señora del Rosario.
LA APARICIÓN Y SUS FRUTOS
Durante años los Papas enviaron sacerdotes celosos de la fe,
que trataron de convertir a los herejes, pero sin mucho éxito. También había
factores políticos envueltos.
Domingo trabajó por años en medio de estos desventurados.
Por medio de su predicación, sus oraciones y sacrificios, logró convertir a
unos pocos. Pero, muy a menudo, por temor a ser ridiculizados y a pasar
trabajos, los convertidos se daban por vencidos. Domingo dio inicio a una orden
religiosa para las mujeres jóvenes convertidas. Su convento se encontraba en
Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen. Fue en esta
capilla en donde Domingo le suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues
sentía que no estaba logrando casi nada.
La Virgen se le apareció en la capilla. En su mano sostenía
un rosario y le enseñó a Domingo a recitarlo. Dijo que lo predicara por todo el
mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían
abundantes gracias.
Domingo salió de allí lleno de celo, con el rosario en la
mano. Efectivamente, lo predicó, y con gran éxito porque muchos albingenses
volvieron a la fe católica.
Un creciente número de hombres se unió a la obra apostólica
de Domingo. Con gran celo predicaban, enseñaban y los frutos de conversión
crecían. A medida que la orden crecía, se extendieron a diferentes países como
misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen.
El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante
casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a
Alano de la Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción. La Virgen le dijo
también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los
milagros logrados por medio del rosario y reiteró las promesas dadas a Sto.
Domingo referentes al rosario.
Por medio del Santo Rosario han sido innumerables las
conversiones, la liberación de ciudades sitiadas o el
apaciguamiento de fenómenos naturales como terremotos, tempestades, erupciones
volcánicas o tsunamis y toda suerte de Gracias. Y un arma poderosa en la
Evangelización de los pueblos.
Santo Domingo
es considerado gran varón a quien la Iglesia en el
oficio canónico le llama: “Varón
de pecho y espíritu apostólico, sostén de la fe, trompeta del Evangelio, luz
del mundo; resplandor de Cristo, segundo precursor y ecónomo de las almas”:
“Santo Domingo de Guzmán fue español y en España fundó por sí
mismo varios de sus conventos y es en España donde las cofradías del Rosario
florecieron y su rezo se propagó en el tiempo del descubrimiento de América. ¿Qué es de extrañar que España trajera su
devoción a estas tierras? ¿No vemos en todas partes a los dominicanos junto a
los franciscanos fundar conventos? No hay fundación española que no
le destine un solar. El Rosario
entró en las manos de los conquistadores:
“Llevando su santo rosario
Como llave de un mundo mejor,
A través de los mares soberbios
Descubrió el Nuevo Mundo Colón.”
(“Cuadernillo de Nuestra Señora del Santísimo
Rosario”
CORRIENTES – ARGENTINA. Año 1951)
Fuentes: Dominicos.org, Adelante la Fe, Aciprensa.
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