NOVENA
A LA VIRGEN DEL OLVIDO, TRIUMFO Y MISERICORDIAS
Novena
de sor Patrocinio
Novena en obsequio de la prodigiosa imagen de Nuestra Señora
del Olvido que se venera en lo interior de la clausura del convento de
religiosas del Caballero de Gracia de esta corte.
Madrid. Oficina de D. Julián Viana Razola. 1834.
✞ Por la señal de la Santa Cruz,
✞ de nuestros enemigos,
✞ líbranos
Señor, Dios nuestro.
✞ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios
y hombre verdadero, por ser Vos quien sois, infinitamente bueno y amable, que
derramasteis por mí vuestra inocente sangre con una ternura y caridad sin
límites, me pesa, Redentor mío, de haberos ofendido, y me duelo de este mal sobre
todo cuanto puedo sentir los otros males y desgracias que puedan sobrevenirme.
Propongo con toda la verdad y sinceridad de mi alma la enmienda de mi vida,
para lo cual confío que me ayudaréis con vuestra divina gracia, y que, haciendo
yo de mi parte lo que puedo y lo que debo, me daréis la vida eterna. Amén.
ORACIÓN
INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS
Dios de mi corazón, bien
sumo y, único mío, hoy vengo a confesar con ternura de mi alma la inefable
magnificencia con que habéis engrandecido a la Santísima Virgen María, a quien
hicisteis verdadera madre del dulce Jesús, vuestro Hijo, y por consiguiente
madre mía; y aunque el título con que la venero en esta santa imagen, y la
ofrezco esta novena, es el del Olvido, renombre que a primera vista parece
triste y estéril, tengo la dulce
confianza de que Vos lo convertiréis en un manantial de luz, de devoción y
salud para mi alma, porque vuestra divina gracia alumbrará mis tinieblas, y con
ella veré mil y mil grandezas de la Santísima Virgen, y otras tantas lecciones de salvación para mí que encierra
ese mismo título. Vos mismo, Dios mío, que sois infinitamente incapaz de
olvido, no os desdeñáis de que yo, pobrecillo, usando en mi oración el estilo
de vuestras divinas Escrituras, enternezca vuestro corazón, pidiéndoos unas
veces que olvidéis mis ignorancias y los delitos de mi juventud, y otras que no
olvidéis por más tiempo mi tribulación, y pues Vos mismo me enseñáis que el
título de Olvido tiene también aun respecto de Vos un sentido santo y feliz,
permitidme deciros con emoción de mi alma que la primera de vuestras gracias
para con la bendita entre todas las mujeres fue el más dichoso de vuestros
olvidos. ¡Oh, y qué criatura tan privilegiada, tan bella, tan llena de delicias
la hicisteis, disponiendo que fuese concebida sin la mancha del pecado
original, y por consiguiente toda limpia y rica de gracias desde su instante
primero! Vos, Dios mío, olvidasteis para esto el estorbo y demérito de la
naturaleza humana, viciada en su primer origen por el pecado de Adán, nuestro
primer padre; y aunque nuestro linaje no merecía ninguna excepción de la
desgracia común, en 1a ternura de vuestro corazón divino para con María cupo un
olvido, una excepción venturosa, que la engrandece incomparablemente, y hace vuestras
delicias. Vos teníais un derecho de dejar a toda la descendencia de Adán
envuelta en las consecuencias de su caída, pues que no eran sino puras gracias
los bienes sobrenaturales que Adán y nosotros con él perdimos por su pecado;
pero Vos olvidasteis también esos mismos derechos en gracia de María, esta hija
vuestra predilecta, a quien se la honraría algún día en vuestra Iglesia con los
renombres de azucena entre las espinas, de perfecta vuestra. No olvidasteis, oh
Dios mío, por Abraham, ni por Isaac, ni por Jacob, ni por el santo precursor de
vuestro Hijo, lo que olvidasteis por mi madre la Santísima Virgen María, pues
ellos, aunque destinados a tanta santidad, fueron concebidos en pecado.
Quisiera, Dios mío, ser un serafín para cantaros, Santo, Santo, Santo, por este
olvido feliz, que tuvo cabida en Vos a favor de la Benditísima Virgen María.
Dirigirme ahora con las luces de vuestra divina gracia para descubrir
felizmente e imitar con utilidad de mi alma los virtuosísimos y santísimos
olvidos con que María Santísima, mi madre, correspondió en su vida mortal a
dicha gracia y misericordia vuestra. Amén.
ORACIÓN
FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Santísima y
Benditísima Virgen María! Madre de Dios y nuestra, con los más íntimos sentimientos
de nuestro corazón Os llamamos y reverenciamos en esta vuestra sagrada imagen
del Olvido, bien persuadidos de que en vuestra caridad incomparable no cabe
jamás que Os olvidéis de nosotros. Mas en nosotros es muy posible, y aun
frecuente, que nos olvidemos de Vos, sin embargo que este olvido es para
nosotros una terrible desgracia, y la ingratitud más monstruosa. Conseguidnos,
pues, la gracia de no olvidarnos jamás, sea frecuente alimento de nuestras
almas alguno de los infinitos títulos de grandeza y de gloria, con que Dios Os
ha enriquecido entre todas las puras criaturas. Sois entre todas ellas la más
bella y amable. La santa Iglesia en vuestras alabanzas recurre a la gallardía
de los árboles, a la belleza de las flores, a la delicia de los jardines para
inspirarnos el posible concepto de vuestra hermosura. Recuerde nuestra memoria
muy de continuo alguna de estas bellas semejanzas, ellas servirán para que
nuestras almas, juntamente con el recuerdo de vuestra belleza divina, perciban
el atractivo y la fragancia celestial con que vuestra santidad, más que de
ángeles, más que de serafines, trascendió desde la tierra hasta lo más
encumbrado de los cielos, y nos atrajo desde el seno del Eterno Padre al Hijo
de sus delicias eternas. Sois a consecuencia de esto la más amante de las
madres, madre del amor hermoso y de los pensamientos más puros, del
conocimiento y sabiduría de las cosas divinas, por consiguiente de la ciencia
feliz de las verdades católicas; madre de la esperanza santa, cual lo es la importante,
la sublime confianza de conseguir la eterna paz y felicidad de la gloria. No se
borre jamás de nuestros corazones el bellísimo sentimiento de que sois en el
sentido dicho nuestra madre, para que el solo recuerdo del nombre de María, aun
la sombra de afición menos honesta, vaya muy lejos de nosotros, nuestra fe se
avive, la santa ley moral de Jesucristo, vuestro Hijo, sea invariablemente la
regla de nuestra vida; vuestras divinas virtudes, vuestro incomparable amor de
Dios y del prójimo, vuestra limpieza inmaculada, siendo la delicia de nuestro
pensamiento, sean también nuestro hermosos modelo y nuestra dulce imitación.
¡Oh qué dicha la nuestra, si con la divina gracia llegamos a imitar a tan santa
criatura! Alcanzadnos, Virgen Benditísima, esta inefable gracia y la de que
muriendo con la muerte de los santos, cubiertos bajo el manto real de vuestra
protección, vayamos a gozar de la presencia de Dios y de la vuestra en la
Gloria. Amén.
LECCIÓN
PARA EL DÍA PRIMERO
Consideremos en primer
lugar, como fundamento de toda esta santa novena, que el título de Olvido, con
que en ella invocamos a la dulcísima Virgen María, nuestra madre, aunque a
primera vista parece impropio y sombrío, se le aplica no sin bella propiedad,
aun en el sentido de mayor magnificencia y gloria para la Señora, como se ve en
la oración primera de todos los días. Hay además otra inteligencia de ese mismo
título, que puede servirnos de manantial de reflexiones santas, utilísimas para
nuestro aprovechamiento y salvación eterna. Todas estas reflexiones, que iremos
repartiendo para cada día de la novena, están recopiladas en esta expresión, en
este solo pensamiento: ¿Nuestro negocio único no consiste en que seamos santos?
¿No es esto lo que el corazón de Dios quiere de nosotros? ¿Y cuántas cosas no
debemos santamente olvidar para trabajar de veras en ser santos? He aquí un sentido del título de Olvido, el
más saludable para nosotros, en cuya aplicación práctica tendremos por guía,
por hermoso modelo, por maestra amabilísima a María Santísima, nuestra madre,
de cuyos olvidos, incomparablemente santos, iremos notando uno cada día para imitarle nosotros.
Consideremos cuál fue en
la Santísima Virgen el primero de estos felices olvidos. Enriquecida, cual fue
esta bellísima criatura, con la gracia de Dios y la más copiosa infusión de sus
divinos dones desde su instante primero, ¿cómo le negaremos el piadoso
sentimiento de que ya desde entonces tuvo su alma benditísima el uso de la
razón, una luz brillantísima de la amabilidad y hermosura de Dios, de la única
riqueza que es la de las virtudes, y de
la nada y mentira de todos los que este mundo insensato llama felicidad y
bienes? A consecuencia de esta luz divina, la Benditísima Virgen se paró con un
acto nobilísimo de amor de Dios todos los sentimientos de su corazón de la
felicidad y bienes de este mundo, como quien se desentiende de todo, y todo lo
olvida, para que en su alma tenga cabida un objeto solo, un pensamiento solo,
el amor de una cosa sola. Desde entonces ya, ¡oh gran Dios! esta dichosa
criatura, olvidada de todo lo demás, solo suspira hacia Vos con gemidos de
inocencia y de amor, cual paloma vuestra, que desde el seno de su santa madre,
como desde un santo retiro, hacía con sus encendidas ansias las delicias de
vuestro divino agrado.
Ya que nosotros no pudimos
dirigirnos a Dios tan de temprano, debimos consagrarle todo nuestro corazón
desde los hermosos días en que llegamos al uso de la razón, y supimos por las
instrucciones de los que nos educaron felizmente según los principios de
nuestra santa religión cristiana, que criados para amar a Dios y gozarle
eternamente, redimidos con la sangre de Jesucristo, su Hijo, ninguna cosa debía
ocupar más día y noche nuestro pensamiento que la divina ley. ¡Qué dicha la de
aquellas almas, que desentendidas desde entonces por un olvido santo de lo que
el mundo tanto estima, se propusieron llenar su memoria del recuerdo continuo
del fin último para que nacieron, y alimentaron su corazón con fervorosos actos
de amor divino! Lloremos con el dolor más vivo el que una ocupación tan hermosa
y amable no hay sido la nuestra desde tuvimos uso de razón, dirijamos
entrañables suspiros a la Beatísima Virgen para que nos alcance el perdón de
tan lastimosa pérdida, y la incomparable gracia de acertar a repararla.
ORACIÓN
PARA EL PRIMER DÍA
Dulcísima y Benditísima
Virgen María Os confesamos con ternura de nuestro corazón, la predilecta de
Dios entre todas las hijas de Adán y delicia suya desde la eternidad, en la
cual Os decretó ya y os vio limpia de la mancha común del pecado original, y copiosamente
provista de las bendiciones de su gracia desde el momento primero de vuestra
felicísima concepción. Por este privilegio inefable, apenas erais una flor
acabada de brotar en la tierra bendita del seno de vuestra santa madre, y ya
erais maravilla de la naturaleza y de la gracia. Bendito sea eternamente el
feliz olvido, con que la caridad de Dios se desentendió para engrandeceros así
de los estorbos y deméritos de nuestro linaje humano. Por este olvido tan
venturoso para Vos, oh Virgen Benditísima, dirigid sobre nosotros la más tierna
de vuestras miradas, y alcanzadnos la gracia de olvidarnos para siempre de la
falsa felicidad de este mundo, entregando nuestros corazones a Dios sin ninguna
reserva. Amén
Aquí se hace una breve
oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la
gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves
Marías.
LECCIÓN
PARA EL SEGUNDO DÍA
Consideremos en este día
que el espectáculo de este mundo visible nos presenta a cada paso mil y mil
bellezas, que pueden elevarnos a Dios, a su conocimiento, a la contemplación de
sus divinos atributos, y servirnos por consiguiente, con la gracia de Dios, de
medios de salvación. ¡Qué rasgos de su magnificencia y de su gloria no brillan
en el Cielo! ¿Quién da un solo paso sobre la tierra, que no vea, que no palpe
en cada hierbecilla, en cada flor, en cada propiedad de la naturaleza un
manantial ya de delicias inocentes, ya de regalo y de alimento para nosotros, y
por consiguiente de admiración y de reconocimiento de cómo es para nosotros
nuestro Dios infinitamente amable? ¿Y cuántas ventajas no podemos conseguir, si
de percibir por nuestros sentidos estos atractivos santos, con que nos eleva a
nuestro Dios la vista de la naturaleza, enriquecemos con las ideas y recuerdos
de ellos la imaginación y la memoria? Pero, ¡ay! Este mundo visible nos ofrece
también, entre los demás objetos, aquellos de que por nuestra flaqueza y
corrupción abusamos con facilidad y frecuencia para el vicio, entre ellos
aquellas tres concupiscencias de lo malo, que San Juan en su carta observa
reinan tan generalmente en el mundo, encuentran a cada paso el estímulo y el
alimento de sus deseos corrompidos: la abominable impureza, los atractivos de
un amor infame, la avaricia, el brillo
de unos metales, que solo tienen de valor lo que tienen de aptitud para la
honesta utilidad de esta vida, y el bien de los prójimos, la soberbia, el
resplandor del mando y de las dignidades, que sin virtudes y sin méritos no son
más que perdición propia y de otros. ¡Oh, y qué bien obraríamos si en cuanto es
posible nos desentendiésemos de esta parte del espectáculo del mundo, y ella
fuese para nosotros una materia de desprecio y olvido santo! Mas por una
funesta desgracia, sucede todo lo contrario. El trato diario de las gentes nos
ofrece la experiencia también diaria de que apenas uno u otro hace mérito de
las maravillas de la naturaleza para no olvidarse de Dios, para concebir de sus
divinos atributos algún sentimiento racional y santo, por no tomar en boca
aquellos monstruos, que en nuestros
días, más que en los anteriores, osan pronunciar que no hay Dios. Pero en
tratándose de todo lo que este mundo presenta de cebo para las pasiones, aun
las más viles y vergonzosas, ¿quién es el que no piensa? ¿Quién el que no
habla? ¿ Quién es el que no trata de esto y suspira por esto con una memoria
casi no interrumpida sino por el sueño?
Aprendamos, oh hombres
engañados, a tener un olvido más feliz y un recuerdo más santo. Lo tuvo el
primero en este punto la Santísima Virgen María en el grado más excelente. Era
su alma en todo incomparablemente grande,
su sensibilidad finísima, su espíritu comprensivo y penetrante, su imaginación
fecunda y viva. Pero en toda esta economía de su interior no había cabida para
el pensamiento y recuerdo de cosa de este mundo, que fuese, no digo yo menos
decente y peligrosa, sino inútil y frívola. Por el contrario, ¡qué sabiduría la
suya tan sublime de todas las cosas de la naturaleza, en cuanto de ellas podía
hacerse escalón para subir a la contemplación y amor de Dios, haciendo un uso
inocente y saludable! En cuanto a esto su pensamiento y su memoria le
suministraban los más bellos y frecuentes recursos de acordarse de Dios y
amarle, o por mejor decir, de no olvidarse jamás. Este fue el grande uso que la
Santísima Virgen hizo del espectáculo de este mundo visible desde su hermosa salida
a la luz de este mundo. Hasta la inocente alegría que puede caber en un convite
no fue desconocida en la Santísima Virgen, y para que la alegría no se
interrumpiese en las bodas de Canaan, hace presente a su Hijo que comenzaba a
sentirse la falta del vino. Dirijamos ahora nosotros a la Santísima Virgen
nuestras ardientes súplicas, para que nos alcance la gracia de olvidarnos de lo
que hay en este mundo de atractivo para el pecado, y de enriquecer nuestra
memoria de ideas y recuerdos de Dios.
ORACIÓN
PARA EL SEGUNDO DÍA
¡Oh Santísima Bendítisima Virgen María! Bendita sea mil veces la sabiduría celestial, con que hicisteis de las hermosas hechuras de las manos divinas en este mundo visible el uso más dichoso y santo, teniendo prontas en vuestra feliz memoria aquellas imágenes e ideas de las criaturas, que lo son también de la bondad, amabilidad y ternura del corazón de Dios, al paso que acertasteis a sepultar en el más profundo olvido todo lo que ellas pueden ofrecer de estímulo y atractivo para el pecado. Sentimos en lo íntimo del alma, ¡oh Virgen Benditísima! haber abusado funestamente de la hermosura de este mundo visible. ¡Oh, y cuán pesados somos de imaginación y de sentimiento para elevarnos a Dios por la belleza de sus obras! ¡Oh, y cuán desgraciadamente fácil es nuestra memoria para exponer la limpieza de nuestro corazón con el recuerdo de objetos peligrosos! Con el gemido más íntimo de nuestras almas os pedimos nos alcancéis la gracia de entender saludable y eficazmente que ni nuestro pensamiento ni nuestro corazón han sido formados para adornos ni colores. Conseguidnos la gracia de hacer de estas cosas solo el uso más inocente y preciso, y de olvidarlas para todo lo demás. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL TERCER DÍA
Desde hoy consideraremos
ciertos pasajes de la vida de la Santísima Virgen María, según la historia del
sagrado Evangelio, en que ejercitando la más heroica santidad practicó algún
olvido santo. Consideremos hoy su presentación en el templo. En este notable
pasaje la Benditísima Niña María fue llevada al templo santo de Jerusalén, para
que allí fuese educada, ejercitada en toda virtud, y consagrada perfectamente a
ser solo delicia del corazón de Dios, sin que ni la carne ni la sangre
reservasen para sí una sola parte de aquella víctima santa. El sacrificio que
la ternísima Virgen María hizo de sí misma al amor de Dios en esta ocasión, ni
aun la más expresiva elocuencia del hombre ni aun de ángel podría declararlo.
Era el natural de la Virgen el más excelentemente, dispuesto para sentir y
amar; su entendimiento el más claro y penetrante; su sensibilidad y ternura de
corazón de una delicadeza y nobleza incomparables. Estaban estos hermosos
principios de sentimiento y amor divina y sobrenaturalmente realzados con una
caridad y gracia de Dios superior a la de los serafines, que junto al trono de
Dios entonan el trisagio, el himno eterno de su amor y de su gloria. ¿Cuál
sería, pues, el sentimiento de esta preciosa y divina criatura al despedirse de
sus padres, de sus amabilísimos y santos padres Joaquín y Ana, para quedarse en
el templo? ¿No sentiría la augusta niña profundamente conmovida su ternura
santa al oír las palabras, el último vale de la despedida de sus padres? Y al
recibir de ellos el último abrazo, ¿no querría ya liquidarse su alma? Sin
embargo, su amor a Dios se sobrepone a los sentimientos de la naturaleza, y
teniendo para el mérito el dolor más vivo y profundo que en tales ocasiones ha
sentido jamás pura criatura, se lo ofrece al Señor con tanta nobleza y señorío
de sí misma, que no manifiesta señal ni mínima perturbación. No es esta una
suposición arbitraria, se funda en la grandeza y dignidad sin ejemplo con que
la Santísima Virgen María se portó en otros pasajes, aun más delicados y
críticos, de que el sagrado Evangelio nos habla expresamente. Me parece que la
estoy viendo cual recién despedida de sus padres, se dirige a lo interior de
aquel santuario con pasos que no titubean, llevando revertido el semblante,
juntamente con su casta hermosura, el señorío y reposo de su alma.
Desde ese momento practica
la Santísima Virgen la virtud de olvidar santamente, que el Espíritu Santo
describe y enseña en aquellas palabras del salmo: Oye, hija, -dice- atiende,
inclina tu oído, y olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre. No porque olvidase
los santos deberes que dulcemente le unían a sus santos padres, a quienes
frecuentísimamente presentaba a los ojos de Dios, como si los tres corazones
fuesen más bien para el amor de Dios un corazón, sino porque en este feliz
recuerdo no intervenían ninguna de aquellas aficiones pueriles, ningunas de
aquellas pequeñeces que en semejantes ausencias hacen suspirar a cada paso por
la presencia corporal, por tales o tales conveniencias que allí se disfrutaban
y hacen perder, cuando menos, el tiempo en pensamientos y correspondencias
sensibles. ¡Oh, y cuán imperfectamente se practican por nosotros esas
separaciones santas, a que muchas veces nos obliga nuestra vocación y nuestros
deberes! Cuando otra cosa no podemos, nuestra imaginación está llena de especies
molestas, de cuidados frívolos sobre las personas de quienes nos hemos
separado, y hasta los días y los momentos en que se espera su correspondencia
nos llevan un tiempo infinitamente precioso. Posible nos es encomendar esto al
amoroso cuidado de la divina Providencia y aprender a olvidar santamente, como
olvidó la Santísima Virgen María. Pidámosla que nos alcance esta dichosa paz
del corazón.
ORACIÓN
PARA EL TERCER DÍA
¡Oh Santísima y
Benditísima Vírgen María! Ternísimamente Os bendecimos y alabamos por aquella
sabiduría y santidad inefables, con que en tan delicados años, al ser
presentada en el templo y separada de vuestros amabilísimos padres, supisteis
hermanar en un enlace, el más bello y admirable, vuestra ternura para con ellos
con la ofrenda y sacrificio de Vos misma al amor de Dios y un amor más que
seráfico. ¡Cuán llenos de majestad y gracia fueron vuestros pasos, oh hija del
príncipe, cuando despedida de vuestros padres os retirasteis a lo mas interior
de aquel asilo santo! Por aquel olvido santísimo con que desde aquel momento,
sin faltar un solo ápice al recuerdo que les era debido, conservasteis vuestro
interior perfectamente libre de toda memoria menos necesaria y útil , os
pedimos, ¡Oh felicísima criatura !, nos alcancéis de Dios la dichosa gracia de
la paz del corazón y del recogimiento interior. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL CUARTO DÍA
Jamás ofreció una pura
criatura espectáculo más grandioso como el que la Santísima Virgen María
presentó a los Cielos y a la tierra en su Anunciación. Considerémosle
devotísimamente. Un príncipe de los Cielos, un arcángel se le envía por el
mismo Dios como embajador suyo cerca de ella. Jamás se ha oído salutación más
augusta, tan expresiva, ni que expresase títulos más llenos de grandeza y de
gloria. Entre los demás se le apellida, no así como quiera, agradable a los
ojos de Dios, lo cual aun por sí solo es una honra y felicidad incomparable,
sino llena de gracia y bendita entre las mujeres. El negocio por fin de que se
trata, el destino que se le anuncia, nada menos es que una dignidad infinita en
su línea, dignidad de Madre del mismo Dios, de suerte que toda esta grandiosa
embajada podía ceñirse a sola esta expresión tan sencilla como llena de energía
y de sentido: dentro de pocos instantes el Hijo de Dios vivo, y por
consiguiente Dios mismo, será con verdad y con propiedad un hijo vuestro.
Entre tanto se aguardaba
que la Santísima Virgen diese su consentimiento, el sí de sus divinos labios
para la Encarnación del Hijo de Dios. ¿Quién no hubiera dicho que esta criatura
feliz, ocupada toda ella en el negocio inaudito que se le anunciaba, enajenada
y fuera de sí misma con la repentina noticia de su elevación, llena toda ella
de la imagen de su dignidad, no podría dar cabida en el momento más que a este
pensamiento solo: Voy a ser madre del mismo Dios? Mas, ¡oh capacidad inmensa
del corazón de María Santísima! ¡Oh virtud, oh santidad en cuya comparación
parecen sombras las acciones más heroicas y santas! ¿Sabéis a lo que atiende la
Santísima Virgen en momentos tan críticos e importantes? Como si la grandeza y la gloria que se le
anuncia no hablasen con su persona, y solo hablasen con ella los oficios y los
deberes que por este mismo hecho se le imponían, reflexiona que se le dice ser
madre, se acuerda de su resolución divina de purísima virginidad, y llena de
majestad, sin dejar de ser incomparablemente humilde, le consulta al arcángel
el modo de no mancillar la maternidad su virginal propósito. Recuerda, sin
duda, con su inefable sabiduría todo el fondo de obligaciones, de trabajos, de
padecimientos y de sacrificios a que según lo que estaba escrito del Salvador
del mundo era consiguiente que hubiese de quedar sometida por el hecho mismo de
ser madre de tal Hijo; y como desentendida de todo, olvidada de todo, hasta de
la grandeza y dignidad infinita a que la eleva, y fija toda su atención en las
virtudes, en los trabajos y en los sacrificios con que se ha de consagrar y ser
víctima del amor de Dios y de los hombres, consiente por fin, y dice: He aquí
la esclava del Señor, hágase conmigo según tu palabra.
¡Ah! nosotros por el
contrario, apenas acertamos a entender en algún negocio, aun el más santo, sin
echar el ojo a nuestro engrandecimiento propio o a nuestro interés. Todo lo
olvidamos menos esto, siendo tan justo, tan saludable, tan dulce hacerlo todo
por el amor de Jesucristo y de las almas redimidas con su sangre. Aprovechemos
la feliz ocasión de pedir a la Santísima Virgen nos alcance la gracia de
olvidar nuestro interés propio por la causa de Dios.
ORACIÓN
PARA EL CUARTO DÍA
Santísima y Benditísima
Virgen María; alabanza eterna Os den todas las generaciones por la santidad sin
semejante con que respondisteis a la embajada del arcángel San Gabriel. Jamás
corazón de pura criatura abrigó caridad tan tierna para con sus prójimos, jamás
alguna desplegó sus labios con tanta gracia, como lo hicieron vuestro corazón y
vuestros labios en aquel consentimiento, en aquel sí que disteis para que el
Hijo de Dios se hiciese hombre en vuestras virginales entrañas. Olvidada
entonces de todo, hasta de Vos misma y de vuestra infinita dignidad, solo
atendisteis a que se cumpliese el pensamiento eterno de Dios para nuestra
redención y salvación eterna. Por este santísimo olvido alcanzadnos la dichosa
gracia de olvidar todos los intereses humanos por la gloria de Dios y salud de
nuestras almas. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL QUINTO DÍA
Uno de los actos más
solemnes que hizo la Santísima Virgen fue el de presentar a su Niño Jesús en el
templo. Se sometió en esta ocasión a dos ceremonias mandadas en la ley antigua:
la una de ofrecer al Señor los hijos varones primogénitos, y la otra de purificarse
las madres de sus inmundicias del parto, cumplido el término que fijaba la ley,
con la oración del sacerdote y con la ofrenda que para esto debía llevar, según
se prescribía en la misma ley.
Ni aún la expresión más
elocuente explicaría con dignidad el generoso olvido con que María Santísima
desentendió, al cumplir la ceremonia de la purificación, las altas
consideraciones que indicaban estar exenta de ella. ¿No es evidente que la
dicha ley hablaba en términos expresos y a la letra de las madres, que lo eran
sin privilegio sobre el orden común de la naturaleza? Y a consecuencia, ¿qué
tenía que ver dicha ceremonia con aquella hija del Rey, con aquella princesa
augusta, con la mujer predilecta y bendita entre todas, que juntó la infinita
dignidad de Madre del mismo Dios con la hermosa gloria, con la prerrogativa sin
ejemplo de la más limpia e incorrupta virginidad? ¿Con esta sujeción a la ley,
no se daba un motivo a la opinión común de los hombres de que teniéndola por
madre en el concepto común, la confundiese con las otras madres, y a su
precioso, a su Divino Niño con los otros hijos? ¿Y hasta qué punto de claridad
y de viveza no distinguiría un entendimiento tan penetrante como el de la
Virgen todo lo que había de sentido y solidez en estas razones? Sin embargo, no
titubea un solo instante en cumplir a la letra una ley que tanto la humillaba.
Presenta su ofrenda, escogiendo la más humilde de las dos que señalaba la ley,
lleva en sus virginales brazos a su dulce Jesús, como poniendo ya a los ojos de
Dios sobre las sagradas aras aquella víctima inmaculada, que ella misma
volvería a ofrecer sobre la cruz en el Calvario; y practica virtudes tan
heroicas, tan sin aparato, y con tanta sencillez, que parece no había allí nada
de brillante ni de grandioso, cuando su conducta llena de delicias el corazón
de Dios, y es el asombro de los ángeles. El Evangelio mismo, al hablar de este
pasaje, nos presenta la conducta de la Santísima Virgen como si en él no
hubiera otro carácter que el de discípula de los santos Simeón y Ana , que allí
anunciaron al mundo la dignidad y la misión divina del Niño que la Virgen
llevaba en sus brazos.
¿Y no imprimiremos en lo
más íntimo de nuestras almas este ejemplar de humildad y de modestia tan
hermoso como grande? He dicho grande, entendamos que la humildad es la
verdadera grandeza del corazón, porque inspirando al hombre desconfianza de sí
mismo y confianza en Dios, le inspira por consiguiente esperanza y magnanimidad
para emprender grandes cosas del servicio del Señor. La soberbia, por el
contrario, es la madre de la ridícula jactancia, y en llegando el caso de
obrar, no produce sino cobardía o temeridad. Derramemos ahora nuestro corazón
delante de Dios, a fin de que por la intercesión de la Santísima Virgen María
nos conceda la inefable dicha de ser verdaderos humildes.
ORACIÓN
PARA EL QUINTO DÍA
¡Oh Santísima y
Benditísima Virgen María! Bendecimos con el más puro gozo de nuestros corazones
la humildad prodigiosa con que en vuestra purificación fuisteis la admiración
de los ángeles, el ejemplar de los santos, la delicia del mismo Dios. Vuestras
manos presentaron allí a los ojos de Dios la víctima de la salvación del género
humano, la lumbrera de las naciones, la gloria del pueblo escogido; pues
vuestro Niño Jesús es todo esto y aun infinitamente más. Al mismo tiempo, ¡qué
bella parecisteis a los ojos de Dios al someter por su amor a la humilde
ceremonia de la purificación vuestra purísima persona, aquella persona que por
su destino y sus virtudes se deja ver hermosa como la luna, escogida como el
sol, y majestuosamente terrible como escuadrón formado en batalla! Alcanzadnos, Virgen Benditísima, que sea una
delicia para nuestras almas el ser humildes a imitación vuestra. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL SEXTO DÍA
Consideremos que uno de
los muchos pasajes en que la Santísima Virgen María ejercitó la virtud de
olvidar santamente fue el de su viaje y huida a Egipto en compañía de su dulce
Jesús y de su esposo San José. Un ángel avisó al bendito esposo que emprendiese
este camino, a fin de ponerse a salvo del furor del tirano Herodes, que trataba
de arrancar al Niño Jesús de entre los vivos, hasta con la horrorosa medida de
hacer morir a todo los niños de Belén y sus contornos que no tuviesen más de
dos años. Una intimación semejante suponía no solo una posibilidad sino un
peligro real de que el Niño Jesús pereciese en aquella persecución. ¿Y este
peligro no presentaba al parecer o una contradicción o una idea muy difícil de
conciliar a quien sabía indudablemente los hechos anteriores, la edad, las
circunstancias, el género de muerte en que el dulce Jesús había de expirar? La
Santísima Virgen, enriquecida sin duda alguna con el conocimiento más claro y
sublime de las escrituras sagradas, ilustrada perfectísimamente sobre lo que
ellas anunciaban acerca de la vida y muerte de su Niño Jesús, sabía que no
moriría en edad tan tierna, que a su muerte precederían su vida privada, sus
incomparables virtudes en ella, y después su vida pública, su predicación y sus
milagros, habiendo de perfeccionar por fin la obra de la redención de los
hombres con su muerte de cruz en la edad de varón perfecto. ¿Cómo, pues (parece
que la prudentísima Virgen podría haber objetado), cómo, pues, ahora se supone
verdadero peligro de perecer mi dulce Jesús entre los niños de la comarca de
Belén? ¿Podrá el furor de Herodes turbar el orden de los divinos decretos?
¿Apagar el sol de justicia tan luego como acaba de nacer sin que haya alumbrado
al mundo con el resplandor de unas virtudes y de un Evangelio divino? ¿Adelantar
el tiempo de la muerte del Salvador? Mas la Santísima Virgen no hace ninguno de
estos argumentos, y lleno todo el santuario de su alma de un sentimiento de
adoración a la divinidad y a sus augustos secretos el más profundo que hubo
jamás en pura criatura, toma en sus brazos a su dulce Jesús, estrecha contra su
pecho virginal aquella prenda de su corazón, sigue adonde su santo esposo la
guía, se somete con alegría a las penalidades de un largo viaje, y llega por
fin al Egipto, este país de idólatras, que tan lejos estaba de merecer la más
útil y dichosa de todas las visitas. ¿Y no fue esta humildísima conducta de la
Virgen un olvido santo de todas las dificultades, de todos los reparos, de
todas las razones que el más fino de los ingenios pudiera haberle sugerido por
atender con la más amable docilidad a la razón de las razones, a la razón única
de que un Dios infalible y santo así lo mandaba?
Reprensible por el
contrario, criminal es la conducta del hombre, cuando en medio de brillar a sus
ojos por pruebas indudables que Dios ha revelado y dispuesto una cosa, se
vuelve y se revuelve en mil cavilaciones por no oír la voz de Dios, de un Dios
que no le impone ni un solo sacrificio que no sea para él un inagotable
manantial de bienes. Y para poner algún ejemplo, ¿cuántas utilidades nos
proporciona la santa fe con que creemos las verdades enseñadas en su santa
Iglesia Católica como reveladas por el mismo Dios? Sin ella nuestras disputas
serían eternas; eternas y sumamente aflictivas
serían nuestras dudas, con ella la más hermosa calma y todas las delicias de la
paz en punto a religión nos acompañan hasta el sepulcro. ¿Cuán criminal por
consiguiente no es aquel hombre que, como sucede frecuentemente en nuestros
días, se empeña en olvidar, en desatender o en no consultar las invencibles
pruebas de que esta fe viene de Dios, buscando por el contrario todas las
cavilaciones imaginables para no someterse a esta creencia feliz?
Pidamos humildísimamente a
la Santísima Virgen nos alcance la gracia de olvidar toda cavilación humana
cuando se trata de creer y obedecer a Dios.
ORACIÓN
PARA EL SEXTO DÍA
¡Oh Santísima y
Benditísima Virgen María! Los ángeles, los santos, las criaturas todas se
derramen en vuestras alabanzas, porque vuestra fe a la palabra de Dios fue la
más dócil y sencilla, y vuestra obediencia a sus disposiciones fue como el más
dulce atractivo, como herida de amor para el corazón de Dios. Esta fe sin
cavilaciones, esta obediencia sin réplica es un bálsamo divino para sanar de la
indocilidad y curiosidad tan funestas de la mujer primera. Nuestras almas
sienten hoy el placer más entrañable y puro, porque un sentimiento tan bello y
tan constante en la Iglesia Católica os reconoce y publica reparadora de los
males causados por Eva. Y pues en
vuestra docilidad a las disposiciones de Dios intervino un dichoso olvido de
dificultades humanas, alcanzadnos la dicha de desentendernos de todo, para
ejecutar con amable sencillez la voluntad de Dios. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL SÉPTIMO DÍA
No hay un espectáculo de
santidad más admirable que el de una criatura, que distinguida por las prendas
más excelentes de naturaleza, y por los más copiosos dones de gracia, hace,
habla, vive, respira tan para solo Dios, que no da muestra ni mínima de conocer
su riqueza, ni de estimación propia. ¡Oh, y cuán repetidos y hermosos fueron
los ejemplos que la Santísima Virgen María nos dio de este bienaventurado
olvido de sí misma! En el pasaje de las bodas de Canaan se ve brillar uno de
los más bellos rasgos de las virtudes de la Virgen en esta línea. Todos saben
que el dulcísimo Jesús honró la celebridad y convite de aquellas bodas con su
asistencia, y que una concurrencia tan feliz se vio también adornada y
enriquecida con la gloria y la delicia de tener consigo a la bendita entre
todas las mujeres. Faltó el vino en medio de la comida, y esta falta y el
disgusto que de allí se originaría fueron entendidos de la Virgen, que finísima
cual era en sus sentimientos tuvo pena de que los esposos padeciesen.
Desplegóse entonces la gracia de aquellos benditos labios, y le dijo a su
Jesús: no tienen vino. Diríase que hubo menos ternura en la respuesta de
Jesucristo si la fe de que era todo un Dios no nos inspirase la veneración más
profunda de todas sus palabras y acciones, obligándonos a suponer un
sentido misterioso y divino hasta en la
que nos parece menos dulce y amable. Mujer, ¿qué tengo yo en esto que ver contigo?,
respondió Jesucristo a su Santísima Madre, aún no ha llegado mi hora. Mas no
turbó un solo instante el corazón de María Santísima lo menos cariñoso de esta
respuesta, ni el concepto clarísimo de las
gracias y dotes de que se hallaba enriquecida su augusta persona, ni la
grandiosa idea que tenía de la dignidad de Madre de Dios, dignidad de la que
tenía no el título solo sino la propiedad, ni el íntimo sentimiento con que su
corazón le daba testimonio de la ternura de su amor a su Jesús, ni el dulce
recuerdo de los desvelos con que se había desvivido por su alimento, asistencia
y conservación de su preciosa vida. Nada, nada debilita ni en lo más mínimo la
fuerza de su amor, ni menoscaba su dulzura y la apacibilidad de su corazón
generoso y grande, y como quien no entiende de nada, sino de consolar y de
multiplicar el bien, les dice a los asistentes de la mesa con relación a su
querido Hijo: vosotros ejecutad cuanto él os ordenare. ¿Quién vio jamás un amor
de Dios tan encendido, tan puro, tan sin mezcla de atención y estimación
propia? ¿Quién un esmero tan fino en procurar el consuelo del prójimo, aun en
los disgustos pequeños? Ni aun se interrumpe este cuidado cariñoso de la Virgen
con el desabrimiento que parecía percibirse en la respuesta de Jesús. ¡Mujer
ínclita, que con ejemplo tan expresivo nos inspira la importante máxima de que
nuestros cuidados y nuestras delicias en el servicio de Dios no deben ser
nuestros consuelos sensibles, sino el puro amor de Dios, la ejecución de su
voluntad divina, el adelantamiento en la virtud y el bien posible de nuestros
prójimos! Aprovechemos la hermosa ocasión que este recuerdo nos ofrece para
pedir al Señor, por la intercesión de María Santísima, la gracia de ser amantes
de Dios y del prójimo, no por interés
sino con generosidad.
ORACIÓN
PARA EL SÉPTIMO DÍA
¡Oh Santísima y
Benditísima Virgen María! Alabada sea de los ángeles y de los hombres la gracia
y perfección que sabéis dar aun a las acciones que por su materia parecen
pequeñas. Lo decimos con mucha ternura de nuestras almas: sois aquella esposa
de los sagrados cánticos que disparáis flechas del santo amor al corazón del
Divino Esposo hasta con una sola de vuestras miradas, hasta con uno solo de
vuestros cabellos. ¡Oh, y qué de agrado y de delicias para el corazón de Jesús
supisteis embeber en la santa sencillez de aquellas dos expresiones vuestras en
el convite de Canaan: no tienen vino; vosotros ejecutad cuanto os ordenare!
Inspiradnos Virgen Sacratísima, con vuestro ejemplo y con vuestra poderosa
intercesión, la sabiduría celestial de acertar a unir el mérito de la santidad
y el mayor agrado a los divinos ojos hasta con las acciones más pequeñas,
atendiendo en ellas únicamente a la gloria de Dios, al bien de nuestros
hermanos y a la salvación de nuestras almas. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL OCTAVO DÍA
Así como la muerte del
dulce Jesús expirando por nosotros en un cadalso a los ojos de su misma Madre
fue para su corazón el más terrible y doloroso de todos los pasajes de su vida
, fue también la ocasión en que su santidad desplegó y puso en ejecución lo más
heroico de sus divinas virtudes. Allí rayó hasta un punto de gracia y de
perfección el más sublime aquel olvido santo, que desde el principio de esta
santa novena hemos ido notando en los más importantes hechos de su portentosa
vida. La fortaleza incomparable con que allí arrostró el peligro de su vida
propia, desentendiéndose del amor a ella, y permaneciendo inseparable al pie de
la sacrosanta cruz, fue la parte mínima de aquel olvido santo. Sin entrar en
cuenta que todo pudiera haberlo temido con razón de parte de la fiereza,
inhumanidad y atropellos de los judíos. ¿No sentiría íntimamente que según la
ternura de su amor a Jesús, su vida naturalmente peligraría, desfallecería con
la vista de la sangre y de la muerte de aquella prenda de su santo amor?
¿Esperaría poder vivir viendo morir a su Jesús, y morir enclavado? ¿Rasgado?
¿Hendida su cabeza con las espinas? ¿Sus huesos todos en disposición de poderse
le contar? ¿Habiendo de recoger ella misma sus últimos suspiros? ¿Esperaría la
amantísima madre poder naturalmente conservar la vida, así herida en aquel
pedazo de su corazón, así atravesada de parte a parte?
Pero desestimó este
peligro inminente, y le olvidó por vivir muriendo junto a su querido Jesús. Ni
aun atendió a la honra de su ínclita persona, que siendo la más ilustre,
privilegiada y distinguida por Dios entre todas las puras criaturas, no titubeó
un instante en arrojarse en aquel abismo de deshonor y de ignominias de que el
dulce Jesús murió rodeado, y aun sumergido en ellas. ¡Oh, y cuántos dirían,
oyéndolo la Bendita Virgen: es esta la madre de ese hombre que muere en ese
suplicio!
Mas un desentenderse la
Virgen en el Calvario de su honra y de su vida por el amor a Jesús, ¿cómo puede
ser allí el mínimo de sus olvidos santos? Oigámoslo de la feliz aplicación que
San Buenaventura hace a la Santísima Virgen de una expresión del Evangelio.
Queriendo Jesucristo inspirarnos un sentimiento sublime del amor de Dios al
mundo, nos dice: así amó Dios al mundo, que por él entregó a su Hijo Unigénito.
Pues el doctor seráfico, cifrando en esta misma frase el cariño con que la Virgen nos ama, dice:
María Santísima amó al mundo hasta el extremo de entregar, de desprenderse por
él del Hijo de sus entrañas. ¿Veis hasta dónde llegó allí el olvido de la
Santísima Virgen por nosotros? Se
olvidó, más que de su honra, más que de su vida, más que de sí misma, porque se
olvidó hasta de su Jesús, entregándolo, porque nosotros no pereciésemos. ¡Oh corazón
de la Virgen! ¡Oh ternura! ¡Oh caridad! ¡Oh cariño que nos tiene! ¿Y nosotros
no acertaremos ni aun a perdonar, ni aun a olvidar una injuria por el amor de
tal Hijo y de tal Madre? Pidamos rendidamente a María Santísima nos alcance de
Jesús la gracia de este olvido santo.
ORACIÓN
PARA EL OCTAVO DÍA
¡Oh Santísima y
Benditísima Virgen María! Hoy derramamos nuestros corazones en vuestra
presencia, y con emoción de nuestras almas Os pedimos que esos labios divinos
se desplieguen con su acostumbrada gracia para responder a esta dificultad que
se nos ofrece. ¿A quién amáis más tiernamente a Jesús o a nosotros? Pues a
vuestro dulce Jesús le ofrecéis, le entregáis Vos misma con un querer el más
generoso a la cruz y a la muerte por nosotros. ¡Ah, querida Madre! Todo el
secreto consiste en que Vos estáis viendo la fineza con que Jesús da por
nuestra vida la suya, y sabéis que el grande medio de agradarle y amarle es que
nos améis a nosotros, ofreciéndole Vos misma en sacrificio como víctima de
nuestra eterna salvación. Una vergüenza santa cubre nuestro rostro al
considerar las cavilaciones con que pretendemos excusar nuestros resentimientos
con el prójimo; desde este mismo instante proponemos perdonarle y amarle muy de
corazón. Alcanzadnos, oh ternísima madre, esta gracia, prenda para nosotros de
perdón y de vida eterna. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
LECCIÓN
PARA EL NONO Y ÚLTIMO DÍA
En la serie de esta novena
hemos reflexionado, con relación al título del Olvido, que no es posible se
olvide la Santísima Virgen de nosotros; pero sí lo es que nosotros nos olvidemos
de tan tierna madre. Dediquemos esta lección a considerar cuán funesto será
para nosotros este olvido. Cómo este olvido nuestro quiere decir que
habitualmente vive el que así se olvida, sin pensar en María Santísima, sin
recordar la inmensa riqueza de las gracias de que Dios ha colmado a tan bella
criatura, sin reflexionar sobre sus divinas virtudes, sobre su encendidísima
caridad de Dios y del prójimo, sobre su castidad más que angélica, sobre su
fortaleza y su paciencia más que heroica, de aquí nace que olvidarse de la
Santísima Virgen María quiere en sustancia decir lo mismo que no tenerla
devoción. ¿Y cuánta desgracia es no
tener devoción a la Virgen? ¿Qué pérdida para el alma? Enseñan los teólogos que
la devoción a María Santísima es una de las felices señales de ser del número
de los escogidos de Dios. ¿Quién no aspirará, aunque sea a costa de desvelos, a
poder contar con tan dulce motivo de sus esperanzas, a presentarse a los
divinos ojos marcado con este carácter de salud, y a grabar hasta en lo íntimo
de su corazón tan ilustre título de su gloria y salvación? Pero desenvolvamos
algún tanto las razones de ser esta una de las señales de predestinación, y nos
formaremos una idea más clara de la pérdida que padeceremos con no tenerla.
Devoción a María Santísima
incluye en primer lugar una memoria frecuente de su santidad, un pensamiento
que se ocupa repetidas veces en los hermosos pasajes de su santísima vida, y
por consiguiente en las virtudes, que en ellos, no como quiera, ejercitó, sino
que llenó hasta en una tilde, hasta en un ápice con una gracia, delicadeza y
perfección superior aun a la caridad del serafín más encumbrado. ¿Y este
frecuente recuerdo qué de utilidades, qué de inspiraciones y movimientos santos no producirá en nuestro
corazón? ¿Cuántas veces sentimos impelido todo nuestro interior al amor de Dios
con oír o con leer lo que le amó tal o tal santo? ¿Pues qué impulso tan dichoso
y fuerte no recibirá nuestro corazón con la meditación y la memoria de las
virtudes de la Reina de los Santos? Si
nos sentimos vehementemente inclinados (por ejemplo) a la venganza,
¿será posible que este furor no calme, y sea terminado por la dulzura y la paz
al poner los ojos del alma en la Madre de todo un Dios presenciando el suplicio
de su mismo hijo, la muerte cruelísima de su Jesús, al pie mismo de la cruz
sacrosanta, sin un solo movimiento de venganza contra los judíos, y aun
franqueando para ellos, como para todos, las entrañas de su divina caridad? Y
más que en el modo con que la Santísima Virgen ejecutó sus incomparables
virtudes brilla una gracia toda característicamente suya, que nos encanta y nos
excita a su imitación con un atractivo santo; gracia que consiste en que la
Santísima Virgen supo hermanar a toda la magnificencia y la gloria de sus virtudes
una sencillez tan sin aparato, que solo parece hacer una cosa común cuando
ejercita y despliega sentimientos y acciones de primer orden. He aquí la
esclava del Señor, dice dando el sí, nada menos que para la Encarnación del Hijo
de Dios en sus entrañas: he aquí la esclava del Señor: hágase conmigo según tu
palabra. Esta gracia, esta amable sencillez, ¿a quién no convidarán a ser
santo?
Es imposible además ser
devotos de la Virgen sin amarla y repetirla actos de veneración y de obsequio.
¿Y hubo jamás criatura tan bienhechora, tan fina en hacer beneficios? ¿Cuántos,
cuán abundantes y colmados no serán los que dispense a sus devotos? Bellísima
aplicación es la que hace la Iglesia santa, cuando pone en boca de María
Santísima aquella expresión de la sabiduría: yo amo a los que me aman;
expresión divina, que significa toda la fineza del amor más entrañable y
generoso.
Y si el devoto de la
Virgen cuenta para el negocio de su salvación con mil y mil recuerdos de las
virtudes de María Santísima, que tan feliz y poderosamente inclinan a amarla, y
con tantas gracias e inspiraciones que les alcanzará de la misericordia de Dios
una madre tan poderosa como amante de sus queridos hijos, ¿cómo la verdadera
devoción a la Virgen no será una especial y dichosa esperanza de ser de los
escogidos de Dios? ¿Un maná de los Cielos, un manantial de aquellas aguas que
saltan hasta la vida, eterna? ¡Oh, y qué de bienes pierde el que se olvida de
la Virgen! Hoy, que damos fin a esta santa novena, enviemos hasta los Cielos un
gemido de amor a María Santísima para que nos alcance del dulce Jesús la gracia
singularísima de serla verdaderamente devotos.
ORACIÓN
PARA EL NONO Y ÚLTIMO DÍA
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Vuestra memoria es dulce sobre la miel y el panal; la invocación de vuestro nombre es una unción divina que se derrama entre suavidades y delicias hasta lo más íntimo de las almas. Ser con verdad devotos y amantes vuestros es unirse en los sentimientos y en el amor con Dios, que Os ama como a su predilecta entre todas las puras criaturas, es como el iris, señal de paz con el cielo, y esperanza de vida eterna. Queremos más bien morir que dejaros de amar tiernamente. Oíd, Virgen amantísima, este gemido de amor con que hoy penetramos el Cielo para pediros que vuestro nombre se imprima como un sello sobre nuestros corazones y nuestros brazos; alcanzadnos de Dios la gracia de que la desgracia de olvidaros no tenga cabida en nosotros, y la devoción a Vos sea en nuestras almas una consecuencia de nuestro amor a Jesucristo. Amén.
Aquí se hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida tres Aves Marías.
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